Cormac McCarthy (1933-2023), uno de los mejores escritores del mundo, es también el mayor narrador de la frontera. Es el único que ha logrado reconstruir, literariamente, el vasto territorio a lo largo de la línea divisoria entre México y Estados Unidos.
El país de en medio. Un territorio inhóspito que parece en extinción, donde la vida es dura y cruel. El desierto, la llanura y las montañas. Una línea divisoria invisible, en la que revive a personajes que hablan poco pero que conocen el cielo y cada planta y objeto en el paisaje.
Una ficción trágica, donde la muerte siempre está presente bajo cualquier circunstancia.
Cormac McCarthy construyó un país épico. Sus historias trascurren de El Paso a Eagle Pass; de Ciudad Juárez a Piedras Negras. O de los límites de Texas con Nuevo México y Arizona, al corazón de Chihuahua, Sonora y Coahuila.
Con su novela No Country for Old Men, filmada en esa región, los hermanos Cohen ganaron el Oscar a la Mejor Película y Mejor Dirección.
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Por varias décadas, Cormac McCarthy recorrió pacientemente el sur de Estados Unidos y el norte de México.
También, por varios lustros, fue el mejor novelista menos conocido, como lo definió The New York Times.
Su propia historia es excepcional. Se fue a vivir a El Paso, Texas, y aprendió español para escribir sus novelas y construir a sus protagonistas.
Se volvió experto del vasto territorio de Chihuahua, Sonora y Coahuila, sus extensas planicies, llanuras, montañas y desierto.
Conoció como ningún estadounidense los condados de Texas, Nuevo México, Arizona, Colorado y el sur de California, tal como sus personajes conocen el cielo y se guían con las estrellas y conocen cada planta y animal en el paisaje.
Una constante en la mayoría de sus novelas es que, por alguna circunstancia, sus protagonistas siempre miran hacia el sur. Viajan de Estados Unidos a México. Cruzan por el río, por los puentes internacionales, o por una invisible línea divisoria en busca de su destino.
Mejor dicho, arrastrados hacia un destino fatal. Así, la frontera es la verdadera protagonista de sus libros.
En Meridiano de sangre (1985), los personajes se trasladan a México para ser contratados por el gobernador de Chihuahua como cazadores de apaches.
En Todos los hermosos caballos (1992) o Unos caballos muy lindos, según la traducción de editorial Debate o de Seix Barral, dos jóvenes viajan a Coahuila para trabajar como vaqueros en un rancho de Cuatro Ciénegas, Coahuila.
En su novela, En la frontera (1994), un muchacho se interna a Sonora y a Chihuahua desde Nuevo México para regresar a una loba a su territorio.
En Ciudades de la llanura (1998), el protagonista cruza de El Paso a Ciudad Juárez, donde intenta rescatar a una adolescente de un proxeneta.
Y, en No es país para viejos (2005), el personaje principal cruza a Piedras Negras por Eagle Pass, huyendo de un asesino a sueldo, mientras que un asesino a sueldo se interna a México para buscarlo.
Lejos del centro
La obra narrativa de McCarthy fue subestimada desde el centro de México. La crítica literaria ignoró sus novelas durante años, hasta su éxito en Hollywood.
En dos décadas, sus referencias en las principales revistas culturales y literarias de la Ciudad de México se pueden contar con los dedos de una mano.
Hasta que ganó el Premio Pulitzer con su novela The Road y No Country for Old Men fue llevada al cine por los hermanos Joel y Ethan Coen.
El filme coronó una serie de premios en todo el mundo al obtener cuatro premios Oscar, incluyendo Mejor Película y Mejor Dirección.
El 24 de febrero, McCarthy celebró, aplaudiendo y de pie, el momento en que se anunció a la cinta como Mejor Película del año.
Un momento –transmitido en vivo por televisión–, también extraordinario, para un autor que se mantuvo lejos de los reflectores por cinco décadas.
¿Por qué McCarthy es un autor incomprendido en el centro del país?
Quizá porque en su obra él no explota los mitos que saturan la producción literaria y periodística que se genera en la CDMX, a partir de la visión de los medios y de las transnacionales que controlan la industria editorial en México.
McCarthy no se detiene en los mitos en torno a la frontera, ni para explicarlos ni para crearlos. Narra historias. Es un auténtico narrador del norte de México y del sur de Estados Unidos. Y del Viejo Oeste, pero no sobre lo creado por Hollywood, de vaqueros contra “pieles rojas”, o de las disputas entre hispanos, nativos americanos y anglosajones.
Ni siquiera formula referencias respecto a chicanos e inmigrantes en busca del sueño americano.
Prefiere contar historias. Por eso, en sus libros se desprenden narraciones extraordinarias sobre la vida antes y después del Tratado de Guadalupe Hidalgo, o al filo de la Segunda Guerra Mundial y la llegada de la modernidad en la región.
Porque no se puede comprender la historia de ambos países sin la guerra de más de 100 años de los chihuahuenses contra los apaches, ni de los conflictos derivados por la anexión del territorio de los estados de California, Arizona, Nevada y Utah y parte de Colorado, Nuevo México y Wyoming a lo que hoy conocemos como Estados Unidos.
Tampoco se comprendería la historia entre ambos países sin la violencia de siglos en la línea fronteriza, ni por todos los tipos de contrabando posible, como la trata de personas, de alcohol, de drogas y todo tipo de mercancías.
Los personajes de McCarthy son transnacionales. Sus conflictos se desarrollan sin importar sin un día están en territorio estadounidense y otro en espacio mexicano.
Su manejo del lenguaje y conocimiento de costumbres regionales es deslumbrante. Sus novelas narran las historias bajo esas perspectivas, no a partir de conclusiones y prejuicios que son lugares comunes a los que hay que ajustar un argumento.
Sin la proyección que muchos tienen gracias a la mercadotecnia, pero como nadie lo ha hecho, McCarthy escribió sobre tráfico de drogas, de asesinos a sueldo y de homicidios. Creó un auténtico cosmos literario.
Sus personajes transitan por territorios salvajes, inhóspitos, a través de una saga de historias que recuperan la vida en los pueblos y ciudades del desierto, la sierra y la llanura. Y donde la muerte, en todas sus formas posibles, acompaña siempre a los protagonistas.
El autor optó por no hablar sobre su obra y se mantuvo lejos de los medios.
El mito en torno a su persona le atribuye haber dado solo un par de entrevistas. En realidad, solo ha dado una formal en cuarenta años, en The Oprah Winfrey Show, el 5 de junio de 2007.
Antes (en 1992 y 2005), había permitido que un periodista, Richard B. Woodward, le acompañara entre El Paso y Ciudad Juárez primero, y en el Instituto Sante Fe de Nuevo México después.
The New York Times y Vanity Fair presentaron esas crónicas el domingo 19 de abril de 1992 y en agosto de 2005. En ambas, McCarthy accede a hablar poco, como sus personajes, sobre víboras de cascabel o temas científicos, pero no sobre su obra ni la obra de otros.
El siguiente es un recorrido por la obra de Cormac McCarthy, a partir de una selección de textos críticos sobre su trabajo literario, publicadas por los especialistas más prestigiados en casi cuatro décadas.
Una ficción venenosa
“«¿Sabes algo sobre las serpientes de cascabel de Mojave?», pregunta Cormac McCarthy.
La pregunta surgió durante un almuerzo en Mesilla, Nuevo México, porque el hermético escritor, considerado alguna vez por The New York Times como el mejor novelista desconocido de Estados Unidos, quiere desviar la conversación de su persona y piensa que esa historia sobre un reciente viaje que hizo a la frontera de Texas y México, le servirá como camuflaje.
Un escritor que presenta las acciones brutales del hombre con extremado detalle, raramente utilizando la anestesia de la psicología, McCarthy preferiría orar a confesar y es la clase de orador, muy elocuente, a quien le encanta desviarse del asunto principal por caminos inusitados.
Se inclina sobre su plato y me platica suavemente los detalles con su acento de Tennessee.
“Las serpientes de cascabel de Mojave tienen un veneno neurotóxico, casi como el de la cobra”, explica, dándome una lección de historia natural sobre las dos fases de diferentes colores del animal y los lugares donde se localizan en el oeste. Se encontró con la criatura mientras viajaba por un camino desolado en su camioneta Ford pickup 1978 cerca del Big Bend National Park”.
“McCarthy no escribe acerca de lugares que no conoce y ha hecho docenas de viajes similares a Texas, Nuevo México, Arizona y a través del río Bravo hacia Chihuahua, Sonora y Coahuila”.
“La vasta blancura del desierto del sur sirvió como metáfora para la violencia nihilista de su última novela, Meridiano de sangre, publicada en 1985. Y este despoblado y gastado terreno domina una vez más la escena en Todos los hermosos caballos”.
(…)
“Desde 1976 ha vivido en El Paso, que se extiende a través del Río Grande, en la frontera de Juárez, México. McCarthy es un recluso sociable que tiene muchos amigos que saben que le gusta estar solo. Hace algunos años El Paso Herald-Post celebró una cena en su honor. Les advirtió de manera educada que no asistiría, y no lo hizo. La placa conmemorativa ahora adorna la oficina de su abogado”.
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“McCarthy prefería hablar sobre serpientes, computadoras moleculares, música country, Wittgenstein –cualquier cosa– antes de hablar sobre sus libros. «De todos los temas que me interesan, sería extremadamente difícil encontrar uno que no me interese», dice gruñendo. «Escribir está muy, muy al final de la lista»”.
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“McCarthy, cuyo verdadero nombre es Charles Jr., es el hijo mayor de un eminente abogado de la empresa Tennessee Valley Authority, tiene cinco hermanos y hermanas. Cormac, equivalente gaélico de Charles, es un antiguo nombre de familia que unas tías irlandesas le dieron a su padre”.
“Parece que creció tranquilamente a diferencia de las miserables vidas de sus personajes. La enorme casa en la que vivió cuando era joven tenía acres de bosques alrededor y estaba llena de empleadas domésticas. «Nos consideraban ricos porque todas las personas que vivían a nuestro alrededor vivían en chozas de una o dos recámaras», dice. Parece que lo que sucedía en aquellas chozas y en las tinieblas de Knoxville, llenó su imaginación más que cualquier cosa que hubiera sucedido en su familia. Sólo su novela Suttree, que presenta un paralizante conflicto entre un padre y su hijo, parece ser biográfico”.
“«No era como pensaban», dice McCarthy sobre los desacuerdos con sus padres durante su niñez. «Me di cuenta muy pronto de que no me iba a convertir en un ciudadano respetable. Odié la escuela desde el primer día que puse pie en ella». Tratando de explicar su sentido de locura, tiene un extraño momento de reflexión acalorada. «Recuerdo que en la clase de gramática la maestra preguntó si teníamos algún pasatiempo. Yo era el único que tenía uno y tuve todos los pasatiempos que existían. No había un pasatiempo que no tuviera, menciona cualquier cosa, no importa que tan esotérico, yo lo había encontrado y me había interesado en él. Hubiera podido repartir un pasatiempo a cada persona y aún me quedarían 40 ó 50 para llevarme a casa». Escribir y leer parecían ser los únicos intereses que el adolescente McCarthy nunca consideró. No fue hasta que tenía unos 23 años, durante su primera pelea con los estudios, que descubrió la literatura. Para acabar con el tedio de la fuerza aérea, la cual lo mandó a Alaska, comenzó a leer en los barrancones. «Leí muchos libros en muy poco tiempo», comenta, vagando entre las sílabas que pronuncia”.
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“«La mayoría de mis amigos de esa época, ya han muerto», dice McCarthy. Nos encontramos sentados en un bar en Ciudad Juárez, hablando sobre Suttree, su libro más largo y divertido, un homenaje a los locos maleantes que conoció en sucios bares y billares de Knoxville. McCarthy ya no toma, dejó de hacerlo hace 16 años en El Paso, junto con una de sus jóvenes amigas, y Suttree fue su manera de despedirse de esa vida. «Mis amigos son aquellos que dejaron de tomar», dice. «Si existe un riesgo ocupacional al ser escritor, es la bebida»”.
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“«La vida no existe si no se derrama sangre», dice McCarthy filosóficamente. «Creo que la idea de que las especies se pueden improvisar de alguna manera, de que todos podemos vivir en armonía, es realmente muy peligrosa. Aquéllos que se afligen con esta idea son los primeros en renunciar a su alma, a su libertad. El deseo de que eso suceda te volverá esclavo y provocará que tu vida esté vacía».
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“«Picar piedra es el oficio más antiguo que existe», dice y le da un trago a su bebida. «Ni siquiera la prostitución es tan antigua. Es más antiguo que nada, más que el fuego. Y en los últimos 50 años, con la llegada del cemento hidráulico, está desapareciendo. Me parece muy interesante».
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“Una tarde, en un billar ruidoso y lleno de jóvenes en un centro comercial de El Paso, McCarthy ignora los video juegos y el rock-and-roll, y espera paciente por una mesa. Es un jugador hábil que fue miembro de un equipo en este lugar, un escenario incongruente para un hombre conservador (…) «Todo es interesante», dice McCarthy. «No creo que alguna vez me haya aburrido en 50 años. He olvidado lo que es eso»”.
- (“La ficción venenosa de Cormac McCarthy”, Por Richard B. Woodward, en The New York Times, domingo 19 de abril de 1992).
“El llamado a la puerta”
(…) “Esto es, entonces, lo que sabemos acerca de Cormac McCarthy: Fue el mayor de seis niños. Su padre obtuvo un título de abogado y trabajó en el Tennessee Valley Authority en Knoxville. Nunca sintió que encajara en su familia ni en sus escuelas. Ingresó a la Universidad de Tennessee dos veces y una vez a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Se casó con una mujer joven de la universidad llamada Lee Holleman, la primera de sus dos esposas, y tuvieron un hijo, Cullen, quien es un arquitecto en España.
(…)
“Su segunda esposa, Anne de Lisle, recuerda haber vivido con él durante ocho años en una granja fuera de Knoxville con baños al aire libre, comiendo frijoles y su esposo rechazando ofertas de 2,000 dólares para pronunciar discursos en las universidades, porque respondía que todo lo que tuviera que decir estaba disponible en aquellos libros que nadie había comprado. El repelente pudo haber sido el tema, pero después solo un inocentón pensaría que La oscuridad exterior (1968) trataba sólo de incesto, o que Hijo de Dios (1974) sólo de necrofilia. Más bien la complejidad de lenguaje y de pensamiento era lo que hacía que al lector le resultara más difícil entender el tema.
(…)
“En 1985 McCarthy publicó Meridiano de sangre, un libro épico apocalíptico que fue como su Moby Dick y que relata la historia de un cazador de cueros cabelludos que se desarrolla en el año de 1840; leer este libro es decirle adiós a la paz. Muy poca gente lo leyó. McCarthy seguía viviendo en El Paso, en una especie de pueblo desértico, justo al otro lado de Río Grande en Juárez (el río Bravo), México. Practicaba golf, tiro, natación, comía pequeñas porciones de comida muy simple en una cafetería cerca de ahí y en otra cafetería ruidosa y pasaba el tiempo con un par de abogados, un artista, un universitario y un físico ganador del premio Nobel, a un lado de Nuevo México, tenía relaciones con mujeres jóvenes, dejaba que el mundo natural le reclamara y continuaba produciendo literatura de clase mundial que de alguna manera adquirió un carácter más dulce, como si se le hubiera ocurrido que aquellos desagradables temperamentos no eran atractivos en un libro.
(…)
“El Paso lo dejó solo hasta que Todos los hermosos caballos se colocó en las listas de best-sellers y el periódico local valoró lo que tenían en el pueblo. Después llegó el temido golpe seco a la puerta de McCarthy. El reportero Robert Nelson, joven y recién egresado de la escuela en Nebraska, había tocado a su puerta durante cuatro o cinco ocasiones, hasta causar heridas en sus nudillos, pero nadie había respondido. Esta vez un rostro con la frente en alto, llegó como la luna a la pantalla de cobre negro: “¿Quién eres tú?”
“Sr. McCarthy, mi nombre es Bob Nelson y trabajo para El Paso Times; quería saber si existe la posibilidad de que pasara un tiempo conmigo o que de alguna manera me permitiera escribir algo sobre usted”.
“No puedo hacer eso, Bob”. La puerta tenía cerrojo.
“¿Jugaría golf conmigo o alguna otra cosa?”
“Oh, no haga esto”.
“Esta bien, lo intenté”.
“Sí, lo hizo”.
“Bob Nelson se alejó, regresó a Lincoln, Nebraska, de hecho, después de una breve gira con el periódico”.
- (“El llamado a la puerta”, por Gregory Jaynes, Time Magazine, 6 de junio de 1994).
“El guardián del vergel”
“Esta es una primera novela que exige mucho de sus lectores. Es mejor leerla, de ser posible, en una sentada. La trama es envolvente y emocionante, pero, a menudo, difícil de entender. Los personajes son muchos y la historia pasa de uno a otro, muchas veces, sin utilizar otros nombres más que “él” o “el chico”, para decir de quien se trata dicho episodio. Se trata de una historia sobre el sur de Estados Unidos, ahora desaparecido, durante los años veinte y treinta, y sobre las personas que pertenecían a las colinas de Tennessee. El sentimiento por la tierra y las estaciones es tan intenso que forma parte de la historia y existen escenas que serán inolvidables. Los protagonistas son un hombre viejo, un chico y un contrabandista, que pertenecían a esa tierra y se negaban a cambiar. Sin embargo, todo ha cambiado. Es una exposición evocadora y complicada sobre la trascendencia de la vida, que bien vale la concentración que exige”.
(“El guardián del vergel”, de Cormac McCarthy. Por Catherine Gauss Jackson, en Harper´s Magazine, julio de 1965).
“El planeta rojo”
“Existe un notorio desacuerdo en lo que se refiere a la calidad literaria de McCarthy y su nueva novela, No es país para viejos, un thriller irrelevante y descarnado, que lo hará más patente. Algunos lectores sienten antipatía por las citas puntuales de violencia y sangre que hace en sus novelas.
(…)
“Con seguridad nadie cuestiona el talento de McCarthy ya que ha escrito una prosa extraordinariamente hermosa. Generalmente le da muy poca importancia a la puntuación. Sus oraciones son como un convoy sin coma y están articuladas sólo por la bíblica «y».
(…)
“Las novelas de McCarthy están profundamente comprometidas con la fundación los mitos estadounidenses, en particular aquéllos de regeneración a través de la violencia, la figura del sagrado cazador y la conquista del colonizador de los espacios occidentales interminables.
(“El planeta rojo”. Por James Wood, en The New Yorker, julio 25 de 2005).
“El país de Cormac”
“…en un lugar que presume de recibir a pensadores brillantes y poco convencionales –el Instituto Santa Fe, quizá mejor conocido como el centro de las teorías de sistemas complejos– McCarthy se siente como en casa. Ha sido un pilar entre los investigadores que van y vienen por más de cuatro años y, durante ese periodo, si caminabas por las oficinas, pasando el atrio de vidrio y las computadoras, podías escucharlo escribir en una máquina portátil, Ollivetti Lettera 32 color azul. De hecho, su presencia en este lugar, junto con su anacrónica máquina de escribir, tal vez lo convierte en el más grande disidente de todos.
(…)
“Sólo tengo dos responsabilidades”, dice. “Almorzar y asistir al té de la tarde”.
“Vestido al estilo del oeste (botas vaqueras, pantalones de mezclilla y una camisa cuidadosamente planchada), McCarthy es un hombre cortés y de voz suave que sabe escuchar. Tiene la apariencia tranquila de alguien que nunca ha tenido razones para dudar de su valor o sus habilidades.
(…)
“Su primera novela, El guardián del vergel, publicada en 1965, demostró que es más que bueno. Se la entregó a ciegas al legendario editor de William Faulkner y Ralph Ellison, en la editorial Random House, Albert Erskine, y éste se impresionó lo suficiente como para publicar las primeras cinco novelas de McCarthy. Sin embargo, ninguna vendió más de 3,000 copias en tapa dura y apenas sobrevivía a los 30 y 40, cuando escribía sus libros en casuchas de Nuevo Orleáns, en la isla de Ibiza y alrededor de Knoxville. Por muy molesta que haya sido para sus dos primeras esposas su devoción a una vida de penurias, parece que McCarthy nunca ha perdido corazón.
“Siempre surgía algo”, comenta, recordando alegremente los meses que pasó sin electricidad en una casa en Tennessee. “No tenía dinero, nada de dinero. Se me acabó la pasta de dientes y estaba pensando qué hacer cuando salí a revisar el buzón y encontré una muestra gratis”.
“La fortuna le sonrió de nuevo a McCarthy en 1981, cuando Saul Bellow, Shelby Foote y otros lo recomendaron para la beca MacArthur, la llamada beca genial. Para él ganar el premio fue “la experiencia más profunda en mi vida”. No porque los $236,000 dólares le hayan permitido dejar Tennessee (y a su segunda esposa) para irse al suroeste, en donde pasó los siguientes cinco años investigando y escribiendo Meridiano de sangre.
(…)
“La disciplina de la ciencia, en la que el nivel depende del cerebro y no del dinero o la moda, atrae al temperamento aristocrático de McCarthy. La fama y la seguridad parecen nunca haber sido lo más importante en su mente. Hasta que Todos los hermosos caballos se convirtió en un best-seller y ese mismo, y varios de sus otros libros se convirtieron de pronto en material para películas.
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“Ahora McCarthy está casado con una mujer varias décadas más joven, que él llama Jennifer Winkley. Tienen un hijo de seis años, John, a quien su padre describe como “la mejor persona que he conocido, mucho mejor persona de lo que yo soy”. Vive en una casa de adobe de dos pisos en la lujosa zona de Tesuque en Santa Fe, entre sus vecinos se encuentran Ali MacGraw y otras estrellas de cine. En el patio delantero se encuentra un gigantesco nido tejido con ramas, un proyecto artístico de Jennifer; en el patio trasero hay SUVs y pickups junto con los juguetes regados de John. La sala y el sótano están llenos con la colección de libros de McCarthy, finalmente fuera de sus cajas”.
(“El país de Cormac”. Cormac McCarthy preferiría pasar su tiempo con físicos que con otros escritores. Por Richard B. Woodward, en Vanity Fair, agosto de 2005).
Sangre y tiempo
“Como ocurre en el libro (No es país para viejos), yo nací y crecí en ese duro país junto a la frontera mexicana, al igual que mi padre y mi abuelo. Mi bisabuelo llegó a esa región en el siglo diecinueve, construyó casas, establos y cercas, crió ganado y familias, y esculpió en piedra una forma de vida. Las historias que he escuchado sobre los indígenas y forajidos, los revolucionarios mexicanos, ganaderos y tiroteos, sequías e inundaciones y otros sufrimientos de la frontera, tal vez son producto de un mundo que en gran parte está listo para extinguirse, pero no son producto de una imaginación meramente literaria. Las novelas de McCarthy son la obra de un artista que ha excavado los restos de ese mundo en extinción.
(…)
“Guiados por casualidades despiadadas, los personajes de McCarthy deambulan por paisajes de pesadilla; testigos llevados a caballo hacia un árbol adornado con cadáveres pálidos parecidos a las larvas de los bebés muertos, un estanque desértico poco profundo rodeado por los huesos de mil ovejas, un apache momificado colgando de una cruz de madera. Un árbol solitario que se quema de noche en medio del vacío. Una llanura cubierta con los relucientes esqueletos blancos de un millón de búfalos. Hombres colgados boca arriba a quienes les arrancaron el cuero cabelludo, extrañas heridas menstruales entre sus piernas y genitales que sobresalen de sus bocas.
(…)
“Las voces de los ermitaños, anacoretas, sacerdotes y ex sacerdotes, pastores, gitanos y tramperos, ancianos en su lecho de muerte y ancianas educadas en Europa, comerciantes de caballos, jóvenes campesinas gritando sus profecías en estas tierras de sangre del oeste. Estas cosas son sabidas por todo el mundo. El mundo se interpreta de sangre y nada más que sangre. La muerte es la condición de la existencia y la vida no es sino una emanación de ella. Lo que es constante en la historia es la avaricia y la estupidez y el amor por la sangre.
(…)
“McCarthy observa detenidamente y cualquier lectura de su obra que no logre dar a entender eso, cualquier lectura que sugiera que este novelista, el más riguroso y disciplinado, tuvo en mente otro objetivo que no fuera hacer una novela que sobrevivirá nuestras ciudades en las llanuras, no ha reconocido su arte.
“No todo el arte nos conforta mientras envejecemos y mucho menos el de McCarthy. Su ficción es trágica, como mucha de nuestra literatura más antigua y como tal se mantiene unida por la misma perversión del mundo”.
(“Sangre y tiempo: Cormac McCarthy y el crepúsculo de occidente”. Por Roger D. Hodge, en Harper´s Magazine, febrero de 2006).
“Después del Apocalipsis”
“Todos los elementos de una novela de ciencia ficción sobre el post-Apocalipsis se presentan, o al menos se insinúan, en La carretera: el insistente naturalismo en las descripciones de McCarthy de bosques incendiados, restos humanos desecados, estructuras en ruinas, violencia natural y humana; en la ambivalencia hacia la tecnología personificada con el papel destructivo-redentor del fuego.
(…)
“Sin embargo, La carretera no es una parábola ni ciencia ficción y fundamentalmente marca no una partida sino un regreso al género más brillante en la obra de McCarthy, combinado de una manera que no habíamos visto desde Meridiano de sangre: aventura y terror gótico. Dicho libro (que también es un western, por supuesto, como sus tres sucesores) por lo general es visto no sólo como el mejor de McCarthy –una opinión que comparto apasionadamente– sino como un punto de partida, un límite entre el primer cuarteto de novelas sobre Tennessee escritas en los sesenta y setenta (El guardián del vergel, La oscuridad exterior, Hijo de Dios y Suttree), las cuales mantuvieron a McCarthy en la oscuridad, y la «Trilogía de la frontera» (Todos los hermosos caballos, En la frontera y Ciudades en la llanura) que le dieron fama.
(…)
“La carretera encuentra su gran poder para conmover y horrorizar al lector en la audacia y la firmeza con la que presenta la metáfora del dolor y la culpa que siente un padre al abandonar a su hijo para que se las arregle por sí mismo en un mundo en ruinas y sin amigos”.
(“Después del Apocalipsis”. Por Michael Chabon, en The New York Review of Books, 15 de febrero de 2007).
(Cormac McCarthy, Rhode Island,1933 – Santa Fe, 2023).