Por José Pérez-Espino
La mujer se abre paso con un hacha en la diestra. Los hombres en la barra se hacen a un lado. Da pasos lentos, mirando de un lado hacia otro. Es alta y robusta (mide 1.82 metros y pesa 80 kilos). Con el arma quiebra todas las botellas que puede, en nombre de la abstinencia. La arrestaron unas treinta veces por hacerlo. Se llama Carrie Nation, uno de los iconos del movimiento antialcohol en Estados Unidos, hasta su fallecimiento, en 1911. No logró ser testigo del triunfo de su movimiento. La ley seca sería decretada una década después. Ahora estaba enterrada en una tumba sin nombre, en Leavenworth, Kansas.
Gabriel Jara Franco conoció la historia de “La destrozadora de bares” en la penitenciaria federal ubicada en la misma ciudad donde yacían los restos mortales de la activista. Ella odiaba las bebidas alcohólicas. Carrie Nation decía que solo daba seguimiento a órdenes divinas. Se calificaba como “un bulldog corriendo a los pies de Jesús, ladrando a lo que no le gustaba”. Sola, o acompañada de otras mujeres, entraba a las cantinas entonando cantos religiosos. A los reos les gustaba contar aquella escena y algunas anécdotas de la mujer cuyo primer esposo fue un ebrio consuetudinario.
El día que dejó la cárcel del Condado de El Paso, su madre y su esposa no fueron a despedirlo. Tampoco las observó en el andén de la estación del ferrocarril. Quería la bendición de ambas. Hasta ese momento pensaba que él y 32 convictos más serían llevados a la prisión de Louisiana, controlada por reos y celadores sureños. Los mexicanos tenían miedo a ser víctimas del odio racial que predominaba entonces. El tren, sin embargo, se dirigió a Leavenworth, en el estado de Kansas. Su destino estaba a mil 750 kilómetros de distancia y 36 horas de viaje. Era el 7 de agosto de 1924.
La mayoría de los reos en el tren era contrabandista. De licor o de drogas. Jara Franco purgaba una condena de 36 meses de prisión por delitos relacionados con la prohibición al alcohol, al igual que otros quince reos. Otros catorce habían sido sentenciados por violar la Ley Harriman al comercializar, emplear o trasladar narcóticos. El resto por delitos diversos.
Era el convicto con mayor experiencia del grupo, que en su mayor parte purgaba una sentencia menor a un año y no tenía antecedentes criminales. Eran principiantes en el contrabando al menudeo de alcohol y observaban a Jara Franco con respeto.
El Acta de Prohibición o la Ley Volstead, vigente de 1920 a 1933, generó una poderosa industria ilícita relacionada con el tráfico de alcohol en la frontera. Ciudad Juárez se convirtió en uno de los principales proveedores de licor a Estados Unidos. Los grupos que controlaban su contrabando eran tan poderosos como lo son ahora las corporaciones criminales que dominan el comercio de narcóticos. Aún durante los años de la recesión económica estadounidense, la ley seca mitigó en buena medida los efectos negativos en la frontera, entonces atractiva por la existencia de negocios relacionados con las apuestas, la prostitución y trata de personas y, desde luego, la venta y consumo de bebidas embriagantes.
La vida nocturna estaba en todo su esplendor, pero también la delincuencia. “Juárez es el lugar más inmoral, degenerado y perverso que he visto u oído contar en mis viajes. Ocurren a diario asesinatos y robos. Continuamente se practican juegos de azar, se consumen y se venden drogas heroicas; se bebe en exceso y hay degeneración sexual”. Las palabras del cónsul general de Estados en Ciudad Juárez, John W. Dye, citado por el investigador Oscar J. Martínez en Ciudad Juárez: El auge de una ciudad fronteriza a partir de 1848, describen el nacimiento de la leyenda negra que aún persiste sobre el antiguo Paso del Norte.
En Ciudad Juárez estaba de moda el whiskey. El clima árido y seco del desierto es perfecto para su añejamiento y dos fábricas se instalaron para elaborarlo a inicios del siglo XX. La D.M. Distillery (que produce el famoso Juárez Whiskey Straight American) y la D.W. Distillery. Los viejos cantineros cuentan que sus padres, también barman, llegaron a atender al célebre capo Al Capone. Scarface, Caracortada. La gente, entonces, sabía beber con estilo, dicen.
Gabriel Jara Franco es el autor de una de las canciones más populares de la frontera: “El contrabando de El Paso” (1). Por más de ocho décadas, el corrido se ha cantado en plazas, cantinas y restaurantes y se ha tocado en conciertos y bailes populares. Distintos grupos la han grabado, como Los Alegres de Terán, y se ha filmado al menos una película con el mismo nombre. Todo ese tiempo nadie supo el nombre del compositor, debido a que la primera grabación –realizada el 15 de abril de 1928 en El Paso, Texas, para la compañía Víctor en un disco de 78 revoluciones por minuto– omitió el nombre de su creador.
El misterio, para los interesados, se resolvió en 2005. Un año antes de su fallecimiento, Guillermo E. Hernández, profesor de la Universidad de California, publicó el resultado de una investigación académica para identificar al autor de “El contrabando de El Paso”, el cual califica como un clásico del género. Por él sabemos algunos de los datos mínimos del compositor.
Jara Franco nació en 1896 en Ciudad Juárez y a los dieciséis años su madre lo llevó a El Paso. Su vida transcurría entre ambas ciudades, como buen transfronterizo. Cuando lo arrestaban, decía que era de oficio minero. La primera vez que lo detuvieron por violar la ley seca pasó un mes en la cárcel. Transportaba un galón de licor en El Paso. Medio año después, el 15 de junio de 1924, volvió a ser enjuiciado, pero en esa ocasión por tener en su poder 58 galones de bebidas alcohólicas.
En los primeros meses de su estancia en Leavenworth, le envió cincuenta cartas a su madre, Teresa Franco. También mantuvo correspondencia con Leonardo Sifuentes, integrante del afamado dueto musical Hernández y Sifuentes. A su esposa, Altagracia, no le escribió ninguna vez. Aparentemente, en la cárcel, se arrepintió de su carrera delictiva. Consideraba una mala suerte sus ingresos a la cárcel. En prisión empezó a idear la letra del corrido que narra su propia historia. Obtuvo su libertad el 23 de octubre de 1925 y de inmediato fue deportado a México. Es todo lo que, hasta la fecha, se sabe de Gabriel Jara Franco.
“El contrabando de El Paso” es una crónica cuya letra y música toca fibras sensibles de quien lo escucha. “Desgraciadamente –dice el profesor Hernández– Jara nunca recibió el crédito que merecía como compositor de un corrido que se continúa cantando ya entrado un nuevo siglo. Otros lucrarían con su arte pues ni él ni su familia percibieron las regalías correspondientes que, a la fecha, ascenderían a millones de dólares. Lo justo, al menos, es recordar que hace ya más de ochenta años, un 7 de agosto de 1924, Jara hizo aquel viaje de El Paso a Leavenworth”.
Jara Franco fue compositor, protagonista y prisionero. Tres décadas después a la narración de Gabriel Jara Franco, en 1955, llegó la primera noticia musicalizada del arresto de un contrabandista de drogas prohibidas. Sin saber leer ni escribir, Paulino Vargas había llegado a residir en una colonia del poniente de Ciudad Juárez. El hombre que le dio asilo y trabajo fue arrestado cuando intentó cruzar la línea fronteriza con una carga de marihuana en la cajuela de un auto. Vargas tenía 14 años y siempre ha poseído una memoria eidética. Entonces compuso el primer narcocorrido de la historia: “Contrabando de Juárez” (2).
Aprendió a tocar el acordeón y años más tarde haría mancuerna con Javier Núñez para dar vida a Los Broncos de Reynosa. Paulino Vargas escribiría los corridos norteños más populares de las cuatro décadas recientes: “La banda del carro rojo”, “El corrido de Lamberto Quintero”, “La fuga del rojo”, “Clave 7”, “El Zorro de Ojinaga”, “Paso del Norte”, “Carga ladeada”, “El hijo de su”, “El sube y baja” y, recientemente, “Las mujeres de Juárez”, entre otros temas legendarios.
El contrabando es parte de la cultura transfronteriza: alcohol, drogas, personas, armas, automotores y todo tipo de mercancías imaginables. Por décadas, los compositores de corridos norteños han dado cuenta de esa realidad. A Gabriel Jara Franco y a Paulino Vargas les une esa identidad común: escribir “la pura verdad”.
(1)
El contrabando de El Paso
Autor: Gabriel Jara Franco
(Primera parte)
En el día siete de agosto,
estábamos desesperados
que nos sacaran del Paso
para Kiansis, mancornados.
Nos sacaron de la corte
a las ocho de la noche,
nos llevaron para el dipo,
nos montaron en un coche.
Yo dirijo mi mirada
por todita la estación,
a mi madre idolatrada
pedirle su bendición.
Ni mi madre me esperaba,
ni siquiera mi mujer;
adiós todos mis amigos,
¿cuándo los volveré a ver?
Ya viene silbando el tren,
ya no tardará en llegar,
les dije a mis compañeros
que no fueran a llorar.
Ya voy a tomar el tren,
me encomiendo a un santo fuerte,
ya no vuelvo al contrabando
porque tengo mala suerte.
Ya comienza a andar el tren,
a repicar la campana,
le pregunto a Mr. Hill
que si vamos a Lusiana.
Mr. Hill, con su risita,
me contesta: —No señor,
pasaremos de Lusiana
derechito a Leavenworth.—
Corre, corre, maquinita,
suéltale todo el vapor,
anda dejar los convictos
hasta el plan de Leavenworth.
Yo les digo a mis amigos
que salgan a exprimentar
que le entren al contrabando
a ver dónde van a dar.
(Segunda parte)
Les encargo a mis paisanos
que brincan el charco y cerco,
no se crean de los amigos,
que son cabezas de puerco.
Que, por cumplir la palabra,
amigos, en realidad
cuando uno se halla en la corte
se olvidan de la amistad.
Yo lo digo, con razón,
más de algunos compañeros:
en la calle son amigos
porque son convenencieros.
Pero de eso no hay cuidado,
ya lo que pasó voló,
algún día se han de encontrar
donde me encontraba yo.
Es bonito el contrabando,
se gana mucho dinero,
pero lo que más me puede:
las penas de un prisionero.
Víspera de San Lorenzo,
como a las once del día:
les pisamos los umbrales
de la penitenciería.
El que hizo estas mañanitas,
le han de otorgar el perdón
si no están bien corregidas:
pues ésa fue su opinión.
Unos vienen con dos años,
otros con un año un día,
otros con dieciocho meses,
a la penitenciería.
Ahí te mando, mamacita,
un suspiro y un abrazo,
aquí dan fin las mañanas
del contrabando del Paso.
(2)
Contrabando de Juárez
Autor: Paulino Vargas
Me aprendieron en El Paso
después de cruzar el Bravo
me tomaron prisionero
cargando mi contrabando.
Me preguntaron mi nombre
y también mi procedencia
yo les dije soy de Juárez
ahí no piden licencia.
Me marcaron con el 7
una camisa rayada
me pusieron prisionero
un domingo en la mañana
Bonito Juárez querido
yo desde aquí te diviso
lástima que aquí en El Paso
tenga cierto compromiso
Son las 11 de la noche
oigo música en los bares
mi querida ya me espera
en una calle de Juárez
Aunque el muro sea de acero
y yo no cargo las llaves
el día 7 de febrero
yo me paseare en sus calles
Güeritas de ojos azules
no les puedo dar mi mano
porque me tiene enjuiciado
el gobierno americano
Es bonito el Río Bravo
ya nadie podrá negarlo
pero el contrabando pesa
cuando se cruza nadando
La guerra por Juárez
Alejandro Páez Varela (coordinador).
Coautores: Marcela Turati, José Pérez-Espino, Sandra Rodríguez Nieto, Miguel Ángel Chávez Díaz de León, Ignacio Alvarado Álvarez y Enrique Lomas Urista
Temas de Hoy / Planeta
México, 2010
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