Por Antonio Moreno Montero
El 2009 (ni cabalístico ni capicúa) es el año editorial para el poeta Miguel Ángel Chávez Díaz de León, después de 25 años de trabajo creativo: Ediciones Sin Nombre editará próximamente Poemas completos de libros inconclusos, y la Universidad Veracruzana, en coedición con el Ichicult (Instituto Chihuahuense de la Cultura), está por imprimir su Poesía Reunida (1984-2009).
La obra del discípulo de David Ojeda, en aquellos primeros y vertiginosos años de los 80, la conoce solamente un puñado de lectores. Así es la norma en un país de poetas. Ojeda coordinó por varios años el taller literario que tomaba lugar en el Museo de Arte e Historia de Ciudad Juárez.
Ojeda se convertía cada semana en Odiseo y Ciudad Juárez, en la Ítaca de su destino, porque se desplazaba en autobús desde San Luis Potosí para asistir al taller donde le esperaban, sedientos, Miguel Ángel, Jorge Humberto Chávez Díaz de León, Joaquín Cosío y Ricardo Morales, entre otros. Así floreció una generación literaria que sigue imponiendo magisterio.
En la presentación del primer poemario de Miguel Ángel Chávez publicado en 1984, Ojeda advierte una voz sólida, cuajada temática y formalmente. Su trabajo manifiesta una postura insolente, un humor oscuro, una burla terrible que encuentra sus objetivos en el hombre de todos los días, añade, sin dejar de reconocerle su juventud de potro.
Entre los poemarios En este rincón duerme la duquesa (Praxis/Dosfilos/UAZ: 1984) y Los ángeles también van de cacería (Puente Libre: 2006), no media más que una poesía rabiosa, anecdótica y al mismo tiempo está al servicio de la inmediatez de las cosas; de allí su vitalidad, puesto que no deja de encarar la realidad para nutrirse de ella. No obstante, no sufre de sorderas con respecto de nuestra tradición poética. Su poesía está marcada por los colmillos de Borges, el erotismo coruscante de la piel en vilo, heredado de Sabines; y la festividad de la calle, de Efraín Huerta.
Si los temas de la mujer y la ciudad son fundamentales y le dan sentido a todos sus libros, el fervor del desierto está presente in abstentia. Se implican mutuamente, y de manera reiterativa, en Este lugar sin sur(Boldó I Clement: 1988), quizá uno de sus mejores libros, a la par de Vhala Blues para saxofones (Boldó I Clement: 1991); son extraordinarios frescos de sensibilidad musical y estado de ánimo que destacan, a la manera de Charles Simic, la grandeza y admiración por lo simple y las cosas pequeñas, despreciadas por la rutina y la ceguera cotidianas. Este interés, evidente en tales poemarios, le proporciona estabilidad y sentido al mensaje poético, mediante un lenguaje forjado en versos cuidadosamente cincelados.
Prevalece en Chávez Díaz de León (Ciudad Juárez, 1962) la necesidad de que sus experiencias subjetivas y objetivas exploren y concentren la mayor posibilidad poética de la vida humana. Su trabajo lo capta a partir de escenas urbanas, de lecturas iniciáticas y demoledoras, incluyendo la realidad circundante y, por extensión, los sucesos históricos notables de la Revolución Mexicana y de la migración contemporánea del sur hacia el norte en las últimas décadas del siglo XX que alcanza rasgos épicos; sin exceptuar los diálogos sostenidos textualmente con Juan Rulfo y Jesús Gardea, ni la evocación de los amigos entrañables y a los cófrades del vanguardismo europeo, como tampoco la presencia-ausencia de los amores posibles e imposibles.
Hace siete meses, por azar o accidente, y con cierta pena por la extemporaneidad, leí por primera vez Este lugar sin sur, un título totémico para la poesía mexicana y que será señero de entre sus cincos libros compilados en Poesía Reunida (1984-2009). Mi llegada un poco tarde al libro significa y demuestra, de alguna manera, la ralentización del proceso y la circulación entre la poesía, los lectores y la crítica literaria en nuestro país. Este año se cumplen 21 de indiferencia (me atrevo a afirmar que éste lo han leído solo poetas y amigos del autor).
Es un gran libro, escrito por un poeta mayor, y gira en torno a un tema capital: el nomadismo del hombre dentro de un mapa que ya conoce, pero no cuando está al revés o fragmentado. El poemario es pionero en lo que respecta a la literatura fronteriza porque reúne sensibilidad, imaginería, códigos y mitos fronterizos.
Para hablar de Este lugar sin sur, como de su traducción a la lengua inglesa hecha por Sharon Montano, y de las publicaciones próximas, Chávez Díaz de León me recibe con desenfado en su casa de Juárez, una fría mañana de principios de enero de 2009. Desde la ventana me observa llegar. Me da la bienvenida y, de inmediato, esboza una leve sonrisa al momento de decirle que finalmente he encontrado una grabadora. Habla como camina: pausadamente. Usa un bastón para caminar y sus movimientos son desafiantes como las ideas que esgrime sobre su poética.
Un hombre que ha vencido la muerte en el primer episodio de la batalla no deja de ser un acto de heroísmo. Estuvo semanas en estado de coma por culpa de un derrame cerebral en 2006; pero resucitó y poco a poco empezó a inmiscuirse nuevamente en la vida cotidiana; a utilizar las palabras-su antigua herramienta-para nombrar las cosas, recuperar la memoria y describir los sentimientos como si estuviera en una etapa pre-adánica.
Pone a mi disposición café, tequila y whisky. Antes de iniciar la conversación, como salidos de una chistera, aparecen Perro y Pío, sus mascotas, una cacatúa y un cardenal de un rojo granadino que parece irreal.
Encuentro con Borges
Tenía como trece años; una tarde, caminando por el centro de Ciudad Juárez, vi en el aparador de Librolandia el Libro de arena, de Jorge Luis Borges. Era pequeño, publicado por Alianza. En la portada destacaba la arena. Y lo compré, finalmente. ¿Por qué? ¿Quién sabe? Lo leí y me asombró la presencia del tiempo. Así me convertí en lector. Después llegaron a mis manos libros de Neruda, de Efraín Huerta, de Machado y libros incendiarios como los de Bakunin, Malatesta y Marx. Mi encuentro con Borges fue accidental. No tenía ninguna noción de la literatura ni sabía quién era él. Pasó más de un mes para que yo comprara El libro de arena. Pero antes, llegaba y me paraba frente al aparador y lo veía con nostalgia y asombro como si fuese un animal, la misma actitud que seguramente manifestaba el mismo Borges-niño cuando visitaba el zoológico y se paraba frente a la jaula del tigre.
La calle
La calle me reveló una serie de mundos y, más que nada, una vitalidad. Orientaba mi vida a hacia ella. En el barrio donde yo crecí, no valía mucho la escuela sino los golpes, el saber pelear y defenderse. A través de la calle fui descubriendo nuevas posibilidades para mi existencia, para hacer algo conmigo; y a la vez, me fui preocupando por las emociones, por el amor y los sentimientos. Fue cuando empecé a escribir en automático. Escribía mis textos sin ninguna ayuda. A partir de mis lecturas, me formé una idea personal de lo que era un texto literario, lo que era un poema. Luego estudié y analicé todas las corrientes literarias. Leí mucho sobre el surrealismo y también sobre el nadaísmo colombiano. Fueron para mí influencias muy raras, por un lado. Y por otro, estaba Borges, Neruda, Efraín Huerta y Jaime Sabines. Eran voces poéticas que me retumbaban y yo quería imitarlas. La poesía me entusiasmó primero como lector y después como ejecutante.
Un paisaje
Además del libro de Borges, me marcó profundamente un paisaje. Esto fue muy importante en mi vida. A seis metros, dabas la vuelta en la esquina de mi casa y se veía El Paso, Texas. En esa vista sobresalían las casas de uno de los sectores más exclusivos de esa ciudad. Cuando estalló la Revolución Mexicana, las familias acaudaladas de Chihuahua se instalaron allí, lo que es actualmente la zona histórica. Cada vez que salía a la calle, lo que veía primero era esa visión opulenta de los Estados Unidos (a 20 cuadras de distancia de mi casa), que contrastaba radicalmente con mi barrio. Ese paisaje me oprimía el corazón. Me pesaba. Veías de este lado un Juárez estático. Estaba el Barrio Alto a mis espaldas, completamente diferente, desolado. Era un páramo, pero no miserable.
La convocatoria del taller literario
En el periódico El Fronterizo, el más importante de aquella época, apareció publicada una convocatoria literaria. Se convocaba a jóvenes con deseos de iniciarse en el trabajo creativo. Los elegidos se harían merecedores de una beca otorgada por el INBA. Yo asocié beca con dinero. En ese momento no me importó tanto la literatura como el dinero. Yo asistí para inscribirme. Me dijeron que tenía que llevar dos poemas como muestra. Elegí mis mejores poemas con la intención de ganar dinero, los cuales salieron premiados.
Cuando me explicaron las condiciones de la beca y en qué consistía un taller literario, comprendí que esto no era un juego ni una cuestión de dinero, sino una cuestión de ponerse a trabajar en la escritura.
Así descubrí lo que significaba dedicarse a la poesía. Entendí y me di cuenta que la poesía es un oficio que exige mucho rigor. Al regresar de esa reunión en el INBA, cuando iba en el autobús, me di cuenta que mi vida estaba a punto de cambiar radicalmente. Yo pensaba que mi vida iba a estar ligada siempre al barrio porque me veía como uno de sus líderes y también como un gran delincuente, porque tenía habilidades: sabía pelear con los puños y con la navaja.
La llegada de David Ojeda
El taller se inauguró en 1980 y lo coordinó durante diez años el poeta David Ojeda, de San Luis Potosí. Formaba parte de un programa nacional que tenía el INBA para formar escritores en provincia.
En aquel tiempo, como lo sigue siendo ahora, la provincia estaba muy olvidada. Aunque había grupos dedicados a la cuestión cultural, hacían su labor, pero yo sabía que no me podían servir porque carecían de rigor y formación. Por un lado, estaban detenidos en el tiempo y los grupos estaban integrados por personas de muy avanzada edad. Por el otro, había grupos que eran muy radicales. Escribían poemas panfletarios. Contaban con rigor pero creían que nadie les podía ayudar. Lamentablemente, ellos se han quedado en el olvido. Como que no aceptaron que un taller les pudiera ayudar. Aparte, un taller literario era una cuestión novedosa; sin embargo, muchos escritores locales vieron con malos ojos la llegada y la inauguración del taller.
Ojeda viajaba en autobús desde San Luis Potosí. Así, pese a las 18 horas de viaje, él nunca faltó a las reuniones. Esos viajes de ida y vuelta se sostuvieron por 3 años. En los siguientes dos años, sus viajes los hacía cada mes. El taller tuvo una vigencia, con Ojeda a la cabeza, de diez años. La de Ojeda como escritor, fue una gran ayuda para mí.
El taller literario del INBA inaugura el resurgimiento de una generación de escritores que marcó las producciones editoriales del norte de México. Empezamos a publicar en revistas como Tierra Adentro y nuestro trabajo fue incluido en algunas antologías. Era un gran logro publicar un poema en revistas del centro de México. Allí publicaron Ricardo Morales y Jorge Humberto Chávez. Hasta ese momento, yo era un escritor que todavía le faltaba un poco de trabajo. Después de poco tiempo, despegué igual que los otros.
Con Ojeda empezó a darse una relación muy intensa. En esa primera generación participaron Ricardo Morales Lares (un excelente poeta); Alonso Lastra (un excelente mecánico); Joaquín Cossío (una celebridad en el cine); Marco Antonio García (dedicado a al teatro); Jorge Humberto Chávez Díaz de León (el poeta mayor); posteriormente se incorporaron Rosario Sanmiguel y Willivaldo Delgadillo, narradores extraordinarios.
El grupo sesionaba en las instalaciones del INBA. Antes de iniciar con las actividades del día, Ojeda nos hablaba de las novedades editoriales y los chismes literarios. Una vez iniciada la sesión, el trabajo colectivo era cosa seria. Trabajábamos tres horas intensas. Teníamos muy fija nuestra meta en el taller, que era la de formarnos como escritores, para de allí buscar las publicaciones.
En este rincón duerme la duquesa (1984)
Tenía la finalidad de mostrar que algo estábamos haciendo en Juárez y demostrar que un grupo de jóvenes estaba tratando de escribir. La duquesa es un símbolo que siempre ha sido constante en mi poesía, para nombrar a la mujer como una dama. Es una celebración a ella, que es el centro de mi poesía. Es el erotismo y es la mujer como temas.
Este lugar sin sur (1989)
Quise poner en perspectiva el descubrimiento de una ciudad y la reivindicación de la calle. Mi ciudad la veía latiente, pero acechada por la violencia y el peligro. Para un nuevo lector de este libro, estoy seguro que pensará que lo escribí hace medio año; y no, lo escribí hace 21 años, cuando la ciudad estaba en calma. Pero pensaba que se estaban gestando algunos demonios. Veía una ciudad pujante en la industria, en la economía, pero desolada.
La ciudad se estaba descomponiendo y apuntaba hacia muchos lados. Al mismo tiempo que la veía con muchas riquezas y muchas situaciones agradables, resaltaba su lado terrorífico. Y como todas las urbes tienen un lado oculto, era muy consiente que yo estaba descubriendo ese lado. De ahí las referencias a la calle. En muchos poemas está como motivo temático. Los poemas celebran la calle y alude a determinados espacios sagrados como las cantinas; pongo de relieve los monumentos de la ciudad, los escritores que me marcaron y, sobre todo, hablo de la mujer.
Es el libro más cercano a mi corazón y es el que me define como poeta. La idea de nombrar un lugar carente de un punto cardinal surgió porque consideraba que mi ciudad y mi región eran escenarios desolados, hasta cierto punto. Es un lugar común, pero en aquel tiempo estábamos muy alejados de las políticas culturales del centro del país. Y estábamos también muy marginados de Estados Unidos. El Paso, Texas era una ciudad olvidada, como en un limbo. Precisamente, ese limbo viene a ser una frontera de la nación más importante y de un país que siempre va a estar en vías de desarrollo.
La frontera siempre la veo como un lugar sin sur. Es como decir un lugar sin esperanza ni futuro. A mí me encanta la ciudad y la celebro; pero me dicen mis lectores y mis amigos que la maltrato mucho en mis poemas.
El vivir en una frontera te da vitalidad y desesperanza. Ese no pertenecer y sí pertenecer a algún lado. No eres parte de algo sino de aquí nada más. La frontera es pertenecer a este lugar que no tiene puntos cardinales, más que este punto, que es el de aquí. Uno construye su propio sol, su propio sur y su propio norte. Geográficamente estamos en un punto muerto. La ciudad no es hermosa pero si te metes a sus entrañas, descubres lugares maravillosos.
El viajero puede llegar a Ciudad Juárez y toparse con una ciudad gris, violenta. El que vive aquí, y logra sobrevivir por tres meses, se da cuenta que la ciudad tiene un encanto que puede estar en su gente, en ciertos lugares, en su pasado. En estas calles se dan el principio y el final de la Revolución Mexicana. Igualmente se dan hechos que tienen que ver con la Reforma de Benito Juárez. Y si nos situamos hasta hace pocos años, aquí se genera un movimiento político que derrocará al PRI de la presidencia nacional. Ciudad Juárez es un punto muerto que da mucha vida. No puedes comparar una frontera con otra. Ciudad Juárez, donde yo vivo, es una región muy misteriosa.
Vhala blues para saxones (1991)
La poesía no puede estar para lamentaciones ni quejas. Por eso es un libro festivo, ligado de alguna manera con mi situación amorosa. Cuando lo escribí, me sentía con mucha vitalidad y quería que fuera un libro irónico, irreverente, rebelde y con humor.
El título se lo debo a mi aprecio por el jazz y el blues; en cuanto a Vhala, es el seudónimo de mi esposa. Hay dos poemas que hablan de Vhala como si fuera un ser mitológico y misterioso. El título se refiere a la mujer en general. Pero obviamente, yo tenía la intención de nombrar a mi esposa e implícitamente a todas las mujeres.
La presencia del humor es constante y eso se lo debo a Efraín Huerta. Pensé que era necesario hacerle un pequeño homenaje. Escribirlo fue muy divertido para mí.
Como homenaje a la mujer, exploro la sensibilidad femenina. Especialmente, es un homenaje a todas las mujeres de la vida galante que conocí cuando tenía un restaurante en la Avenida Juárez. Ese trabajo me hizo convivir con el ambiente de los bares, de las prostitutas, de los chulos, de la gente que traficaba con personas para pasarlas al otro lado.
No están presentes en mi poesía, pero sí la cuestión del ambiente nocturno y de congales de Ciudad Juárez. Hay un poema titulado “El congal, señores, nos pertenece ahora”, el cual está dedicado a mis amigos del taller literario.
La convivencia con las prostitutas me dio una lección de vida importante: primero, el respeto que a ellas les tengo, y, segundo, la valentía por lo que ellas hacen. Debo confesar que nunca entablé con ellas una relación amorosa sino de amistad profunda. A esa zona de la ciudad llegaban muchísimas prostitutas que venían del sur y de otras partes del país.
Yo tenía en mi restaurante casetas telefónicas para hacer llamadas de larga distancia, cuando todavía no existían los celulares. Las conversaciones con sus parientes subían de tono. Ellas respondían a los reclamos de sus familiares porque las habían descubierto: no trabajaban en una maquiladora sino eran bailarinas en un bar. Ellas salían llorando de la caseta y se quejaban conmigo. Así fue como se me ocurrió hacerles un favor. Yo les dije que iba a destinar un teléfono exclusivo para ellas, como si fuera el teléfono de una maquiladora imaginaria. Para mis amigas cercanas, la idea les pareció fenomenal. Ellas tenían que decir que trabajaban para Maquiladora Ciudad Juárez y yo sería el recepcionista.
Se corrió la voz de la línea telefónica y empezaron a llegar muchas mujeres. Entonces yo tuve que hacer una lista con los nombres artísticos de las muchachas: Janeth, Julissa. Nombres acostumbrados en ese ambiente, cuando en realidad los nombres que más abundaban eran Manuela, María, Carmen y Luisa. Contraté a un mensajero para que al momento de recibir la llamada, que eran muchas, las buscara en el lugar de trabajo o en el hotel donde vivían.
Como recepcionista, yo contestaba: “Maquiladora Ciudad Juárez, ¿en qué le puedo atender?” De inmediato me pedían hablar con alguien y yo les decía que no podía contestar porque estaba en su línea de trabajo. Les sugería que llamaran en su hora de receso u hora de comida. En ese momento mandaba al mensajero. Ellas descansaban mañana y tarde. Por eso llegaban a la caseta todas greñudas a contestar las llamadas de sus familiares. Llegué a juntar una lista de 98 mujeres. Eso fue maravilloso porque me abrió las puertas a conocer el mundo venturoso de la nocturnidad.
Los ángeles también van de cacería (2006)
Surge de un poema extenso. Hay que tomar en cuenta de que duré diez años sin escribir. En 1993 dejé de escribir porque mi trabajo en el periódico me quitaba mucho tiempo. Me dedicaba a la escritura periodística, en especial exploté el género de la crónica y la columna política.
Es un libro muy centrado en un tema muy específico. Y de nuevo, celebro a la mujer como sujeto erótico. Con la escritura de este poemario, cierro un ciclo de mi vida.
Los ángeles de este libro son obscenos. Es una poesía directa en contra de la moral y del conservadurismo. Lo escribí pensando en el recato y las gazmoñerías de las políticas del foxiato. Es una postura en contra de una política cerrada y dura. Armé el libro pensando en ángeles profanos.
Poemas completos de libros inconclusos (2009)
David Ojeda seguía insistiendo, desde hacía mucho tiempo, que le diera un libro para publicar. Por mi parte, había hecho intentos fallidos al momento de querer armar uno, pero me dejaba insatisfecho la tarea de buscarle unidad temática al conjunto de poemas. Un día hablé con David y le propuse organizar un libro a partir de los intentos que yo había hecho. Exigió que le explicar al detalle. Que cada capítulo sea un libro inconcluso.
Poesía Reunida (1984-2009)
La idea de compilar toda mi poesía, me cayó como una bomba. Es algo extraordinario descubrir que hay cierto reconocimiento hacia mi trabajo y de que en Ciudad Juárez se hace una buena literatura.
Definir la poesía
La defino como una declaración de principios. Es un lenguaje personal que vas armando en el transcurso de la vida. Existe también la posibilidad de no definirla sino de hacerla y crearla.
Escribir poesía es como si te arrancaras flechas del cuerpo para liberarte de cierto dolor. Yo pienso que el poeta es un hombre herido. A lo largo de su vida va sanando sus heridas, pero siempre al lado de la mujer. Creo también que la mujer ayuda al poeta a sanar de ese dolor porque le da alivio en todos los sentidos. Por eso me llevo mejor con las mujeres que con los hombres; con los hombres ni para jugar beisbol.
La mujer es mitad diosa mitad bruja, de ahí su capacidad de creación y destrucción. Es un oasis que siempre hay que buscarlo para beber de sus aguas. Cuando no lo hagamos, estaremos perdidos. De la misma manera que defino la mujer, defino la poesía. Son ellas las que nos pueden salvar.
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* La entrevista se publicó el 20 de julio de 2009 en Almargen.mx. El libro Poemas completos de libros inconclusos fue presentado el viernes 26 de julio de 2009 en la entonces Cafebrería S&L de Ciudad Juárez, por el escritor David Ojeda y la periodista Sandra Rodríguez. Aún hay una galería de fotos en el blog del café-librería-galería: Cafebreria.wordpress.com
Obra Reunida (1984-2009) se presentó el 3 de mayo de 2012 en Xalapa, Veracruz y, el 4 de mayo, en San Luis Potosí, y posteriormente en la CDMX.